(Continuación de La flor más delicada, parte I)
La segunda palabra me alcanzó por sorpresa. Con la vista fija en la calle por la que siempre desaparecías, no me di cuenta de que, de algún modo, habías estado todo el tiempo ahí sin que me diera cuenta.
Sonreí para agradecerte que me hubieras preparado tal sorpresa y tú, con ademán impaciente, posaste tus manos en mi cintura y apretaste tu frágil cuerpo adolescente contra el mío, forzándome a girar para que nuestros rostros quedaran juntos.
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